Hace sólo unas horas —es viernes— Mario Vargas Llosa acaba de tener su quinto nieto. Sus hijos Álvaro y Gonzalo ya le habían hecho abuelo cuatro veces y ahora le ha tocado el turno a Morgana con una preciosa niña. Al otro lado del teléfono y allá, en Lima, se le escucha encantado. Felicidades. Sin embargo, no crea que se va a escapar: es la hora del tercer grado y todo girará en torno a los grandes males de la política española e iberoamericana: los nacionalismos y el populismo. Además, aquí estamos en campaña electoral y la cosa está que arde.
—En España, el PSOE ha mostrado veleidades populistas. De hecho, el propio Felipe González aspiraba al mismo techo social que el PRI durante las elecciones de 1982. Echeverría y López Portillo apoyaron y ayudaron al partido que nació en Suresnnes... González extendió esas amistades a Carlos Andrés Pérez, un populista que fue expulsado del poder a la vista de la corrupción de su régimen. Ahora, Zapatero, impulsa políticas claramente populistas...
—Bueno, yo no soy socialista, nunca he votado por el PSOE y voy a votar en estas elecciones por Esperanza Aguirre y por Alberto Ruiz-Gallardón, así que a mí nadie me puede acusar, ¿no es cierto?, de complicidades con el PSOE… Pero creo que no es justo comparar a este gobierno socialista con el PRI, que no era democrático y que impidió la democracia en México. En España la democracia es una realidad irreversible. Y eso es algo que se debe tanto a las fuerzas de derecha como de izquierda que en la Transición establecieron unos consensos que le han dado a España su formidable progresión tanto en el campo político como en el económico. Y es el resultado de que las dos fuerzas políticas más importantes: el PSOE y el PP, han establecido un consenso para preservar y profundizar la democracia. Ahora bien, claro, son dos partidos que se pelean, que se insultan, lo cual es muy hispánico, pero la democracia no está amenazada en absoluto, afortunadamente para España y para Europa.
—Algo habrá que no le guste en el PSOE cuando vota al PP...
—Dicho lo anterior, sí, yo tengo muchas cosas que criticarle al PSOE, sobre todo su política con ETA, que yo creo que ha sido una política muy equivocada. Tampoco me gusta su decisión de establecer alianzas con los nacionalismos periféricos extremistas —como ERC— para tener el poder. Porque en España, tradicionalmente, el socialismo era una fuerza antinacionalista muy grande y hoy el PSOE se ha vuelto el caballo de Troya de los nacionalismos; y eso lo lamento muchísimo.
—El historiador británico Michael Burleigh en su obra «Poder terrenal» califica a los nacionalismos como «iglesias» y como «patologías» políticas... ¿Cree lo mismo?
—El nacionalismo, lo mismo el centralista que los periféricos, es una catástrofe en todas sus manifestaciones. Eso ya lo sabemos. Claro que es una enfermedad; en la práctica, un rechazo del otro porque es la aspiración completamente utópica de ir hacia sociedades racial, religiosa o ideológicamente homogéneas. Y eso no es democrático y, además, no es realista, porque todas las sociedades han evolucionado y se han diversificado extraordinariamente, que es lo que la globalización significa, un fenómeno del que nadie puede apartarse. Creo que, en última instancia, el nacionalismo está reñido con la democracia. Aunque hay que diferenciar el nacionalismo de pistoleros terroristas del nacionalismo burgués de CiU o del PNV. Pero si usted escarba en las raíces ideológicas del nacionalismo, éstas son un rechazo de las formas democráticas, un rechazo a la coexistencia en la diversidad, que es la esencia de la democracia. Por eso yo combato el nacionalismo en todas sus manifestaciones.
—Los populismos nacionalistas están en auge en Iberoamérica, como demuestran los casos de Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa.
—El populismo tiene, por desgracia, una antigua y robusta tradición en toda América Latina, de tal manera que fenómenos como los de Chávez, Morales o Correa no son nada novedosos. Continúan una inercia ideológica que, a pesar del enorme daño que ha hecho, todavía sigue enraizada en algunos de nuestros países. De todas maneras, a mí me gustaría salir al frente a ciertas afirmaciones completamente pesimistas, según las cuales América Latina una vez más perdió su oportunidad y dio un salto atrás. Y no es verdad. Está ocurriendo en Venezuela y como Hugo Chávez promueve el populismo más radical, el estatismo, un socialismo totalmente caduco, y lo hace con sus petrodólares, ha conseguido que tanto Bolivia como Ecuador se alineen detrás. Lo cierto es que en el resto de América Latina el populismo más bien está siendo resistido y rechazado con energía, incluso por gobiernos de izquierda o de centro izquierda.
—Es el caso de Luiz Inácio «Lula» da Silva, ¿verdad?
—Es muy interesante ese fenómeno porque, cuando Lula era candidato, se creyó que iba a dar un nuevo impulso al populismo, pero ha dado marcha atrás y está haciendo una política, digamos, socialdemócrata a la europea y en muchos aspectos, sobre todo el económico, de tipo liberal. Lula no está alineado con Chávez, sino que ha tomado unas distancias clarísimas, aunque se abrace con él y acepte sus intentos de soborno. —Eso no sólo ocurre en Brasil...
—Claro, también pasa en Uruguay, donde hay un gobierno de izquierda que, sin embargo, no sigue para nada los lineamientos de Chávez. Y otros países como Perú, por ejemplo, o Colombia, que están exactamente en los antípodas de Chávez. El caso de Chile es ejemplar, sin ninguna duda, aunque haya perdido algo del dinamismo que tenía en los últimos años, pero sigue avanzando en una línea totalmente antipopulista. Así ocurre en México, por supuesto, y en casi toda Centroamérica, con la excepción relativa de Nicaragua, donde Ortega coquetea con Chávez, pero todavía no está aplicando políticas estatistas ni nacionalistas. Hay esperanzas de que en América Latina no cunda esa política, en última instancia suicida, que es el populismo extremista de Hugo Chávez y Fidel Castro.
—¿No es cierto que, comparada con la segunda mitad del siglo XX, hoy la situación de Iberoamérica es mucho mejor, incluso absolutamente democrática?
—Si hacemos las sumas y las restas, dictaduras dictaduras hoy no hay, a excepción de la dictadura prehistórica de Fidel Castro en Cuba. La nueva aprendiza de dictadura aún no está del todo asentada, aunque Hugo Chávez avanza hacia ella. La verdad es que en el resto de América Latina tenemos gobiernos democráticos nacidos de elecciones donde, más bien que mal, están funcionando las instituciones democráticas. No hay un ambiente favorable ni a los golpes de Estado militares, ni a la política revolucionaria extremista.
—En Perú, el aprista Alan García ha recuperado la presidencia, a pesar de haber sido el responsable de una brutal crisis económica cuando gobernó de manera populista a mediados de los 80.
—Es muy interesante lo que está ocurriendo aquí y me sorprende que se esté llevando adelante una política económica tan positiva, con la que el país está creciendo a este ritmo tan elevado, entre un 6 y un 7 por ciento anual. Y es una verdadera sorpresa que lo haga un gobierno presidido por Alan García, quien en su primer mandato hizo una política populista catastrófica, porque hoy día está siendo económicamente muy responsable al hacer una defensa del mercado y de la empresa privada, alentando, además, la inversión extranjera.
—Vaya, también sorprende oírle hablar bien de quien orquestó aquel «todos contra Vargas Llosa» que le entregó la presidencia a Alberto Fujimori en la segunda vuelta de las elecciones de 1990.
—Todo eso parece haber quedado atrás. Es interesante ver cómo las ideas que yo defendí y que fueron recibidas con gran hostilidad, hoy han generado un consenso general, pues, salvo una izquierda minúscula y completamente anacrónica, ya nadie pide en el Perú que se nacionalicen empresas ni que se cierre la frontera a las inversiones extranjeras. Parece como si los peruanos finalmente hubieran aprendido la lección.
—Valdimiro Montesinos parece un personaje inspirado en Cayo Bermúdez, el gran represor de su novela «Conversación en la catedral», inspirado en Alejandro Esparza, el fouché de la dictadura de Odría, al que usted conoció. ¿Supera la realidad a la ficción?
—Todas las dictaduras han tenido siempre ese hombre que trabaja en las sombras, que es el especialista en el crimen y en los grandes desfalcos, que organiza los robos, que suprime opositores, acaba con la libertad de prensa, maneja los cuerpos de asesinos y organiza el terrorismo de Estado. Todo eso era Montesinos, pero, claro, llevado a una potencia que en América Latina se desconocía. Nunca se robó, se manipuló la opinión pública, se asesinó y se torturó con la ferocidad con la que él lo hizo. Por supuesto, en complicidad con Alberto Fujimori. Por una vez en la historia, el tal Montesinos está preso y siendo juzgado, ya ha reunido una buena cantidad de condenas y ahora se le vienen los juicios peores por los asesinatos de estudiantes, sindicalistas, profesores y de otros, disimulados como actos terroristas o como lucha antiterrorista… Yo creo que pasará el resto de sus días en la cárcel. Y esperemos que pase lo mismo con Fujimori una vez que Chile lo extradite, como la razón reclama por los crímenes contra la Humanidad que cometió.
—En esa misma novela, el periodista Zavalita se pregunta: «¿Cuándo se jodió el Perú?». pregunta que muchos se hacen por Argentina. ¿Jodió el general Perón con su populismo filofascista para siempre el futuro democrático de esa gran nación?
—La forma de populismo que se encarnó en Argentina fue muy triste porque era un país desarrollado cuando dos tercios de las naciones de Europa aún estaban subdesarrollados. Hay que acordarse de que Argentina no sólo era una potencia mundial económica, sino que fue un país que implantó el sistema educativo más amplio, más eficiente y más democrático de su época. Nadie recuerda que Argentina es uno de los primeros países que acaba con el analfabetismo, creando una educación pública de altísimo nivel, que permitía realmente una igualdad de oportunidades para la población. Y tampoco que tenía una economía muy pujante y abierta. Todo eso acaba con las políticas insensatas del peronismo que nacionaliza todas las empresas exitosas, que establece un sistema estatista inspirado en el fascismo, porque parece que también se ha olvidado que Perón sentía una enorme admiración por Mussolini… Todo esto se fue comiendo aquella prosperidad hasta convertirse en un país subdesarrollado. Es un país que se subdesarrolló a sí mismo por culpa del populismo y que no acaba de enderazar su rumbo, por desgracia.
—Néstor Kirchner tiene muchos resabios populistas y le hace más de un guiño a Chávez... ¿Qué opinión le merece?
—Kirchner es la confusión encarnada y representa ese populismo. Ha tenido un ministro de Economía en su primera época, Roberto Lavagna, que fue bastante sensato y eficiente, y eso le permitió estabilizar el caos en que se hallaba Argentina \[es la época del «corralito»\]. Pero clarísimamente todos sus instintos y sus predisposiciones son populistas, no son liberales, no son modernos sino anticuados, y por eso da las bandazos que vemos. Desgraciadamente no soy muy optimista con Argentina, donde la vida política parece un monopolio de las distintas facciones peronistas. Algo que parece más propio de la literatura de ciencia ficción que de la realidad política contemporánea.
—Otro caso bien distinto es el de México, que vivió prisionero del populismo del PRI durante 70 años de «dictadura perfecta», como tan polémicamente la definió.
—Bueno, felizmente no fue tan perfecta como creíamos... Ha desaparecido y yo creo hoy la democratización ha avanzado muchísimo en México; tengo la casi absoluta seguridad de que lo que fue el PRI ya nunca va a volver al poder. El país está vacunado y lo que queda del PRI es una forma muy degenarada de lo que fue su sistema, tan absolutamente eficiente, de control del poder durante 70 años y que estableció una especie de dictadura disimulada que, al final, causó grandes estragos. Tengo la certeza de que es una etapa superada y que México sigue un proceso de democratización sistemático con el actual gobierno de Felipe Calderón.
—Para terminar, el comandante Fidel Castro ha superado ya al general Franco, caudillo gallego como él, y al generalísimo dominicano Léonidas Trujillo, a quien dedicó «La fiesta del Chivo».
—Castro tiene esa tristísima credencial de ser el dictador más longevo de la historia del Occidente moderno. Y eso que la historia latinoamericana está repleta de dictadores longevos. De todas maneras, creo que está dando las últimas boqueadas y tengo la absoluta seguridad de que su dictadura no va a sobrevivirle, porque en América Latina nunca una dictadura ha sobrevivido a su dictador. O sea, que el final de la pesadilla cubana yo creo que está cerca; y ojalá que la transición de Cuba a la democracia sea pacífica, porque ya los cubanos han sufrido bastante con estos 50 años de tiranía comunista.
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